domingo, 2 de septiembre de 2018

Fernando Piñuela y Romero


Fernando Piñuela y Romero (Murcia, 7 de febrero de 1897- ibíd, 7 de noviembre de 1939), fue un profesor y político español. Alcalde de Murcia entre 1936 y 1938, fue ejecutado por la dictadura franquista

Nacido en Murcia en 1897, su padre era funcionario municipal y su madre maestra de enseñanza primaria. Estudió magisterio en la Escuela Normal de Murcia y continuó su formación en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, concluyéndola el 19 de julio de 1919. En esta última institución tuvo por compañeros a Rodolfo Llopis y Víctor de la Serna con los que entabló profunda amistad.

Simultaneó sus estudios de magisterio con la carrera de derecho, licenciándose en 1920. Fue catedrático numerario de Gramática y Literatura en las Escuelas Normales de Huesca, Burgos y Ciudad Real.

Elegido diputado por Ciudad Real en las elecciones generales de 1931 por el PSOE,​ fue miembro de la Comisión de Justicia. En las elecciones generales de 1933 volvió a ser candidato por Ciudad Real sin obtener el escaño.

En junio de 1935 se trasladó a Murcia, donde fue catedrático de metodología de la historia en la Escuela Normal de la capital murciana. ​

Concejal del ayuntamiento de Murcia tras el triunfo del Frente Popular, el 25 de mayo de 1936 fue elegido alcalde, poco antes de declararse la Guerra Civil como consecuencia del golpe de Estado llevado a efecto por una parte del ejército.​

En su labor como Alcalde de Murcia destacó la gestión de los primeros días de la contienda en defensa del patrimonio religioso de la ciudad, evitando que la reacción popular contra los golpistas derivase en una destrucción indiscriminada. Durante la Guerra, entre otras medidas, creó la Junta de Protección del Patrimonio Artístico de Murcia, con sede en la Catedral, destinada a catalogar y preservar el patrimonio, entre otras, las piezas de Salzillo que cada Semana Santa presiden las procesiones de muchas localidades de la región de Murcia. También organizó durante todo el conflicto, un comité popular que atendió a los refugiados que llegaban a Murcia huyendo de las zonas devastadas.

Dada la escasez de moneda fraccionaria que existía en el término municipal de Murcia durante el conflicto, el ayuntamiento emitió billetes sustituyendo a las monedas de 0,50, 1 y 2 pesetas, siendo conocidos éstos popularmente como piñuelas.



En enero de 1938 dejó su cargo de alcalde (siendo sustituido por Bienvenido Santos), trasladándose a Madrid como Comisario Inspector del Ejército del Centro y en este cargo continuó hasta marzo de 1939 en que Segismundo Casado, al frente del Consejo Nacional de Defensa, le nombró Comisario General del Ejército del Centro. En reunión de las Federaciones Provinciales Socialistas celebrada el 21 de marzo de 1939, fue nombrado vocal de una nueva Comisión Ejecutiva del PSOE elegida para hacer frente a la difícil situación que se avecinaba.

Al finalizar la guerra civil fue detenido en Elche (Alicante) cuando intentaba llegar a Murcia. Fue internado en un campo de concentración desde el que fue trasladado a Murcia.

En dicha ciudad fue juzgado por un tribunal militar en consejo de guerra. Se le acusó de hacer depuración del alumnado, según la "Comisión Depuradora del Ejército de Ocupación" y de auxilio a la rebelión. Diversas personas y entidades de Murcia, vinculadas a la derecha política, manifestaron por carta ante el tribunal que Piñuela había sido un hombre honrado, que había protegido bienes y personas durante la guerra y que era un excelente profesor. El propio obispo de la Diócesis de Cartagena, Miguel de los Santos, pidió por carta que no fuera condenado. ​

Sin embargo, a pesar de las numerosas peticiones cursadas, fue condenado a muerte el 1 de julio de 1939, siendo ejecutado el 7 de noviembre del mismo año junto a otros catorce murcianos por un pelotón formado por miembros de la IV División de Navarra en las tapias del Cementerio de Nuestro Padre Jesús de Murcia


Información sacada de la Wikipedia.

Pourquoi ont-ils tué Jaurès?

Artículo de Opinión publicado en el periódico “El País” el 31 de julio de 2014. A pesar haber pasado 4 años, es bueno volver a leerlo.
“La tarde en que lo mataron, Jean Jaurès pensaba que la guerra podía evitarse. Lo discutía con sus colegas, mientras cenaba en el Café de Croissant, cuando un cañón de revolver separó los visillos de la ventana y descerrajó dos balas en su cabeza. De eso hoy se cumplen 100 años. Había transcurrido un mes desde el crimen de Sarajevo y Europa entera rodaba hacia el precipicio. Con la oportuna dosis de cinismo que se precisa en ocasiones para absolverse ante la propia conciencia, sus clases rectoras pensaban que la guerra, inevitable ya, necesaria incluso, sería culpa de otros. Pero Jaurès, dispuesto hasta el último minuto a prevenir la debacle, tenía dos bazas que jugar todavía: la unidad del movimiento obrero europeo y el prestigio de su propia figura.
El gran pacifista, el orador insuperable, el unificador del socialismo francés, había denunciado durante años, sin encubrir la rapiña francesa en África, la glotonería imperialista de las potencias europeas. Se había opuesto —sin éxito— a la ampliación del servicio militar a tres años, adoptada por el Gobierno francés para emular al alemán. (Para la encabritada prensa nacionalista ya siempre sería Herr Jaurès). Tampoco había logrado de los demás líderes del movimiento socialista el compromiso explícito de convocar la huelga general de los obreros europeos en caso de guerra. Contaba con poder acordar una estrategia conjunta el 9 de agosto, fecha prevista para una gran reunión de la II Internacional en París. Podía ser tarde. El Zar había firmado el decreto de movilización general. Se precisaba un golpe de efecto y Jaurès tenía a su disposición la tribuna de L’Humanité, el diario que él mismo había fundado en 1904 para divulgar el socialismo democrático.
Aquella noche iba a escribir un largo artículo que sacudiera la opinión pública europea. No pudo. La portada del día siguiente no trajo su firma al pie de un nuevo y martilleante J’accuse, sino la noticia de su muerte a manos de un tal Raoul Villain, seguidor de Acción Francesa, el partido nacionalista de Charles Maurràs. Dijo el verdugo: “Si he cometido este acto es porque el señor Jaurès ha traicionado a su país con su campaña contra la ley de los tres años [de servicio militar]. Juzgo que hay que castigar a los traidores y que es posible entregar la propia vida por esa causa”.
No es preciso ser socialista para llorar hoy la muerte de Jaurès, el tipo de líder político que la historia acaba honrando con la gala de la universalidad. Republicano radical, se convirtió al socialismo al calor de la huelga de los mineros de Carmeaux. De Marx y de Blanc asumió la crítica al capitalismo y el compromiso con la apropiación en común de los grandes medios de producción, pero era demasiado librepensador para comulgar con el autoritarismo que permeaba ya la ortodoxia socialista. No debía ser la vanguardia esclarecida augurada por el archirrevolucionario Lenin —en tantos aspectos, contrafigura de Jaurès— la que trajera el triunfo socialista, sino un mandato democrático claro y una transición tranquila.
Antisectario, poco amigo de la pureza doctrinal, su socialismo, del que gustaba teorizar en grandes y abarcadoras síntesis, era la consecuencia última de su humanismo; una pasión que privilegiaba a la gran mayoría que vivía por sus manos en viles condiciones en la Europa tardodecimonónica; pero que no excluía la empatía por el burgués, cuando era éste quien padecía injusticia. De ahí su implicación en el caso Dreyfus, que el grueso del socialismo no secundó, al tratarse, decían, de una guerra civil entre burgueses. Creía Jaurès, en cambio, que el socialismo no debía desatender el drama de este oficial del ejército, burgués y judío, condenado con pruebas amañadas: una causa en que la dignidad humana estuviera amenazada debía ser también causa del proletariado. Su dreyfusismo fue, por cierto, algo más que un gesto humanitario; como explica Antoni Domènech en El eclipse de la fraternidad, era asimismo un audaz envite táctico para involucrar a la socialdemocracia, recluida en su mundo obrero, en la defensa de una débil III República en la que seguramente los republicanos no eran mayoría y que contaba con la hostilidad manifiesta de clericales, reaccionarios y monárquicos.
Tampoco la lealtad republicana de Jaurès fue universalmente compartida por la izquierda socialista, para cuya ortodoxia el régimen republicano se confundía con el ordenamiento burgués a abatir. (Recuérdese la santa intransigencia que pregonaba Pablo Iglesias en España). Jaurès, que no desconocía los mecanismos corruptores de la vida parlamentaria, se sintió siempre heredero y custodio de la tradición republicana francesa inaugurada en 1792, de la cual el socialismo no era sino ensanchamiento: la constitucionalización definitiva de la vida social en el campo, la fábrica y la mina. En el debate ideológico más importante que se dio en la II Internacional, entre los téoricos de la revolución y de la coriácea negativa a pactar con partidos burgueses, y el sector pragmático y reformista, avisado de la existencia de clases medias y del margen de mejora que permitía el parlamentarismo, se posicionó por la vía de los hechos en este último. De esa labor solidaria con el arco republicano fueron frutos la ley de separación entre Iglesia y Estado, el derecho de reunión y mejoras en el medio laboral. Frente a la tentación, hoy presente, de caer en una izquierda sectaria, maximalista y devota del antagonismo, Jaurès enseñó la vía de una izquierda ilustrada, reformadora, ecuánime y responsable.
Tampoco nos es ajeno el segundo gran debate que incumbió al socialismo de preguerra: el que oponía el internacionalismo, garante de la paz, al socialpatriotismo, de adhesión nacionalista. Como se recordará, Marx había dicho que el obrero no tenía patria. Jaurès podía detestar el chovinismo, pero sabía que las cosas no eran tan sencillas. De nuevo aquí intentó una síntesis: “Un poco de internacionalismo te aleja de la patria, pero un poco más te acerca” (sentencia no por famosa menos oscura). Ni entonces ni ahora la izquierda ha sabido solventar la dicotomía entre clase y nación. En la práctica casi siempre ha optado por el cálido abrigo de la bandera nacional. Así aquel verano, cuando de forma casi unánime la socialdemocracia, que se había llenado la boca de proclamas cosmopolitas la década previa, tomó las aguas bautismales del nacionalismo. ¡Y con qué diligencia! Socialistas de todas las naciones se sumaron obedientes a sus Gobiernos (las excepciones, como Rosa Luxemburg en Alemania, fueron directas a la cárcel).

El asentimiento socialista, que en Francia adoptó el pomposo nombre de Union sacrée, fue el último leño con que se alzó la pira para Europa: sin fábricas funcionando a pleno rendimiento guerrear a gran escala habría sido imposible. ¿Se habría avenido Jaurès a la guerra de no haberla podido evitar? Sus biógrafos no lo descartan. Pero lo más probable es que hubiera buscado un armisticio rápido y rechazado los términos de la paz cartaginesa de 1919. Tampoco sabemos cómo habría encarado Jaurès el nacimiento de la Unión Soviética y sus tempranos desarrollos totalitarios. Es la paradoja de ciertos magnicidios: lanzan al héroe a la inmortalidad, dejándolo inmóvil en el momento decisivo: aquel en que uno ha salvarse o destruirse.
Y no carece de interés entre nosotros rescatar un dato jauresiano poco conocido. De estricta observancia jacobina, Jaurès abogó por el estudio de las lenguas regionales en la escuela francesa. Ahora bien, su propuesta, y esto es lo interesante, no estaba animada por la pulsión particularista o romántica. A la inversa: quería que los escolares del mediodía estudiasen lemosín, occitano y catalán para saberse más unidos a españoles, portugueses e italianos. No para aislarse en la cultura propia, sino para abrirse a una identidad cultural superior: la latinidad.
Al conocer la noticia de la muerte de quien había sido tantos años su mejor abogado, el pueblo de París salió a la calle. ¿Por qué han matado a Jaurès?, repetían afligidos. Eran los rostros cubiertos de ceniza que cantó Jacques Brel en una estremecedora balada que recuerda la muerte del tribuno; los cuerpos macilentos de quienes se habían deslomado desde los 15 años 15 horas en la fábrica y que estaban a punto de mezclar su sangre con el fango en la guerra más estúpida y monstruosa. Pour quoi ont-ils tué JaurèsPour quoi ont-ils tué Jaurès?”

Juan Claudio de Ramón Jacob-Ernst es diplomático.


https://www.youtube.com/watch?v=EUoxRR5aRlI




lunes, 13 de agosto de 2018

Rafael Méndez Martínez


Rafael Méndez nació el 19 de agosto de 1906 en el barrio de San Cristóbal de Lorca (Murcia). Fue el más pequeño de siete hermanos. Su padre, José, trabajaba en la agricultura y la ganadería y su madre, Águeda, entre las labores de la casa, trabajaba en el negocio familiar, una confitería situada en ese mismo barrio.

Su formación comenzó con los Hermanos de las Escuelas Cristianas donde cursó primaria aunque el Bachillerato lo hizo por libre presentándose solo a los exámenes. Dos de sus hermanos, uno médico y otro farmaceútico, influyeron en la elección de Rafael Méndez por la medicina. Ya en el año 1921 inició sus estudios en la Facultad de Medicina de Madrid y más tarde obtiene la titulación, pero antes de graduarse, opta por la investigación farmacológica.

Durante la Guerra Civil Española desarrolló una gran actividad política en el bando republicano, ocupando diversos cargos públicos debido a su amistad con Juan Negrin, primero como secretario del ministerio de Hacienda, luego como director general de Carabineros de España, como subsecretario de gobernación y finalizando la guerra como cónsul en Perpiñán.

Más tarde decidió marcharse a Estados Unidos donde estuvo varios años trabajando como investigador en las universidades de Loyola Chicago y Harvard. En el año 1946, acepta una invitación de Ignacio Chávez para ser jefe del departamento de farmacología del recién creado Instituto Nacional de Cardiología de México.

En 1945 murió su mujer, Angelita, y ya en México se volvió a casar con una refugiada española, Marga.

En 1963 el gobierno de Franco permitió al doctor Méndez para que volviera a España cuando lo desease. Sus viajes a España fueron constantes y durante la transición colaboró estrechamente con Manuel Fraga para facilitar el regreso de los refugiados políticos españoles. Fue ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Ciencias Físico-Matemáticas y Naturales en 1978 por el gobierno de México. 
En el año 1981 el rey Juan Carlos I le entrega la Gran Cruz del Mérito Civil y en 1982 la Universidad de Murcia le otorgó el doctorado Honoris Causa. En el año 1983, Rafael Méndez fue nombrado Hijo Predilecto de Lorca y Murcia. En 1985, de nuevo en México, fue designado como coordinador de los Institutos Nacionales de Salud, puesto que ocupó hasta su fallecimiento en 1991. Un año antes de su muerte, en 1990, Rafael Méndez acudía a la inauguración del hospital comarcal de su ciudad natal que lleva su nombre.

Las ideas republicanas son progresistas


 Este es un artículo de opinión publicado en el periódico “Clarín” de Buenos Aires y aunque fuera publicado el 03/12/2011, sigue siendo válido.


“Solemos creer que entre el kirchnerismo y el republicanismo hay un abismo.

El kirchnerismo es entendido como un discurso nacional y popular progresista preocupado por la justicia social, y se distingue por el énfasis puesto en el conflicto como parte constitutiva de la política. Se suele pensar que el republicanismo es una ideología conservadora con miedo congénito al conflicto y que sólo se interesa por los derechos individuales y el fortalecimiento de las instituciones del Estado para que sirvan de contrapeso al Poder Ejecutivo.

Esta caracterización del republicanismo sólo corresponde a una de sus variedades: la liberal-conservadora a partir de comienzos del siglo XIX. El republicanismo de pura cepa, en efecto, no está tan interesado en la protección de los derechos individuales sino en la protección de los ciudadanos frente a cualquier clase de dominación, sea de naturaleza política por parte del gobierno o, por extensión, de naturaleza económico-social por parte del mercado o de la sociedad civil. De ahí que el republicanismo tenga claras connotaciones progresistas.

La otra cara de la preocupación republicana por la dominación es que los ciudadanos deben participar en la toma de decisiones políticas, lo cual a su vez explica el celo republicano por la virtud cívica. Cuando esta última decrece, deja lugar a la corrupción de los gobernantes y de los gobernados, el mayor flagelo posible para un republicano. Ahora bien, el interés por combatir la dominación y fomentar la virtud cívica no implica que al republicanismo la nación o el pueblo le resulten indiferentes.

Por ejemplo, un pensador republicano paradigmático como Maquiavelo no sólo defendió la unificación de Italia sino que además tomó partido en favor del pueblo en contra de los nobles o “grandes” a quienes les atribuía precisamente el deseo de dominar al pueblo.

Es Maquiavelo quien en el primer Libro de sus Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio señala que “todas las leyes que se hacen en pro de la libertad nacen de la desunión” entre los poderosos y el pueblo. Según Maquiavelo, “los que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe atacan lo que fue la causa principal de la libertad de Roma, se fijan más en los ruidos y gritos que nacían de esos tumultos que en los buenos efectos que produjeron”.

La defensa de la nación y/o del pueblo y de la reivindicación del conflicto político, entonces, no sólo es compatible con una república bien ordenada sino antes bien podría ser la condición de posibilidad de la misma . En las palabras de Maquiavelo, si alguno cree que los medios para instaurar un régimen republicano “fueron extraordinarios y casi feroces, pues se ve al pueblo unido gritar contra el Senado, al Senado contra el pueblo, correr tumultuosamente por las calles, saquear las tiendas, marcharse toda la plebe de Roma, cosas estas que espantan, más que otra cosa, al que las lee, le respondo que toda ciudad debe arbitrar vías por donde el pueblo pueda desfogar su ambición, sobre todo las ciudades que quieran valerse del pueblo en los asuntos importantes”.

No hay razones para creer que el republicanismo está por naturaleza en las antípodas del progresismo nacional y popular.

Es muy probable que el problema no sea el republicanismo en sí, sino su versión vernácula electoral, que se empecina en negar las aspiraciones emancipadoras del republicanismo.

Al discurso republicano genuino le interesa combatir la dominación política, económica y social antes que la defensa del status quo . Es hora de repensar la relación del republicanismo con nociones como nación, pueblo y progresismo.”


domingo, 12 de agosto de 2018

Antonete Gálvez

El llamado Padre del Cantonalismo nació en 1819 en el pueblo de Torreagüera, en la actual Región de Murcia. Desde pequeño, sus padres le habían inculcado el amor a la libertad y al sueño democrático. Tuvo que abandonar pronto la escuela para ayudar a su padre, pero su innato amor por el saber y la cultura hicieron de él un lector incansable y autodidacta. Antonete consiguió convertirse en un labrador propietario y hacerse un hueco en el estrato burgués. Sin embargo, luchó por el bienestar político, económico, cultural, y social de los más humildes. Gálvez deseaba un sistema republicano federal en España, porque consideraba que los políticos estatales desconocían los problemas cotidianos del pueblo. Deseaba la autonomía regional para lograr la más profunda democracia participativa y resolver los problemas reales de la gente, del pueblo, que la política absentista de la época marginaba por completo. En su lucha contra los intereses de la oligarquía contó con el importante apoyo de gran parte de la sociedad murciana, principalmente de los más humildes y de la pequeña burguesía, además de la amistad de grandes figuras políticas, como el general Juan Prim y el político Antonio Cánovas del Castillo. También fue el fundador del Partido Federal Murciano.
Antonete fue un hombre sencillo. Se casó con la mujer que amaba y tuvo cinco hijos pero sacrificó una vida tranquila como terrateniente por otra llena de amarguras y desencantos como consecuencia de sus ideales. Fue un republicano convencido, fue nombrado diputado en el Congreso de los Diputados durante la Primera República, pero su apoyo incondicional a "La Federal" y el temor a la pérdida del régimen democrático por un golpe de Estado le llevaron a protagonizar la Revolución Cantonal. Idealista y de resolutivo carácter, Antonete es el prototipo de político español de virtuosas convicciones, que no duda en alcanzar sus ideales aunque sea alzándose en armas. Antonete consideraba, al igual que el filósofo inglés Stuart Mill, que: "El hombre que no es capaz de luchar por su patria no alcanzará la libertad, sino por los esfuerzos de otros hombres mejores que él".
La Historia de España desde la muerte de Fernando VII en 1833 se caracteriza por la sucesión de unas décadas convulsas y de continuos cambios de gobierno. Antonete vivió dos regencias (María Cristina y Espartero), tres Constituciones (18371845 y 1869), el reinado de Isabel II y su exilio, una revolución (“La Gloriosa”, 1868) y el breve reinado de Amadeo I de Saboya.
La Revolución de 1868 (conocida popularmente como "La Gloriosa") provocó el exilio de Isabel II a Francia y supuso la llegada al poder del partido progresista, que impulsó la Constitución de 1869, la más liberal de las constituciones del siglo XIX. La revuelta fue encabezada por los progresistas y los demócratas, bajo la batuta del general Prim. En Murcia, Antonete Gálvez fue el encargado de liderar la insurrección, que triunfó sin disparar un solo tiro y que fue acogida con agrado, pues habría de traer profundos cambios políticos, sociales, económicos y culturale
La "Constitución Democrática de 1869", aprobada por las Cortes Generales, establecía la monarquía como forma de gobierno. Dada la mala imagen de los Borbones, se pensó como candidato al trono en Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II, rey de la recién unificada Italia. El general Prim fue nombrado presidente del Gobierno. Amadeo I fue acogido con frialdad por la sociedad española y tuvo que enfrentarse a una tremenda inestabilidad política: en las Cortes, la oposición torpedeaba la labor de los seis gobiernos que se sucedieron durante su reinado. A esto había que sumarle la guerra carlista, el desasosiego colonial de CubaPuerto Rico y Filipinas, y los levantamientos republicanos.
Gálvez, partidario de la República, arropado por sus seguidores de Beniaján y Torreagüera, izó la bandera de la revolución contra la monarquía de Amadeo I en la cumbre del Miravete, monte señero de la Cordillera Sur. Contaba con el respaldo, desde Madrid, de figuras políticas republicanas como FiguerasPi y MargallSalmerón y Castelar. El gobernador de Murcia mandó formar a todas las compañías para reducir a los rebeldes. Tras los intensos tiroteos, los federales se quedaron sin municiones. Gálvez fue condenado a la pena de muerte en garrote vil, pero consiguió escapar en un barco a la ciudad de Argel.
En marzo de 1870 se decretó una amnistía que permitía el regreso a España de los implicados en el primer pronunciamiento republicano federal. Gálvez regresó a su casa familiar en Torreagüera.
En 1872 se decretó una quinta (el temido servicio militar que se cobraba la vida de cientos de jóvenes todos los años) para mantener las posesiones coloniales de un Imperio Español en decadencia y para luchar, también, en las Guerras Carlistas. Los sectores más progresistas del pueblo murciano ligaron indisolublemente ambas reivindicaciones: la proclamación de la República Federal y la abolición de las quintas. Gálvez acaudilló una nueva revolución y el pueblo, harto del derramamiento de sangre en tierras extrañas, lo siguió a ciegas.
Los mozos se reunieron con Antonete en El Miravete, dispuestos a pedir la supresión de las quintas y proclamar la República Federal. La Guardia Civil y tropas del Ejército salieron desde Madrid para sofocar la insurrección. Gálvez separó a un grupo de 200 hombres y se dirigió a la ciudad de Murcia, donde levantaron algunas barricadas. La jornada de lucha se saldó con varios muertos por ambas partes.
Tres meses después, las columnas guerrilleras de Antonete Gálvez entraron triunfantes en Murcia, recibidas por una enfervorecida multitud, que daba vivas a su persona y a “La Federal”. Se publicó el ansiado fin del servicio militar obligatorio y Amadeo I hizo solemne su renuncia al trono. El 10 de febrero de 1873 se proclamó la Primera República Española y el nuevo gobierno convocó elecciones generales a Cortes, siendo elegido diputado por Murcia Antonete Gálvez Arce.
A pesar de su fuerza aparente en las Cortes y en la calle, el republicanismo era minoritario entre los españoles. Además, estaba internamente dividido entre los federalistas moderados - que pretendían construir la federación desde arriba, desde el Estado - y los que, al igual que Antonete, deseaban una “Federal” desde abajo - que los Estados autónomos crearan la posterior federación -.
La debilidad de la república provocó una enorme inestabilidad política. Cuatro presidentes se sucedieron en el breve lapso de un año: Estanislao FiguerasFrancisco Pi y MargallNicolás Salmerón y Emilio Castelar. Además, no se pudo poner en práctica el sistema federal porque el poder ejecutivo estaba absorbido por las complicaciones que conllevaban la Tercera Guerra Carlista y los disturbios en Cuba y otras colonias. Viendo los federales exaltados que la proclamación de la Constitución federal se alargaba indefinidamente, y con ella sus reivindicaciones, decidieron constituirse en cantones.
Manuel Cárceles Sabater proclamó el Cantón de Cartagena el 12 de julio de 1873, al que posteriormente se uniría Antonete tras proclamar el cantón en Murcia el día 14. Estos constituyeron el denominado Cantón Murciano, dispuestos a extender la sublevación federal por toda la región. Tras los sucesos de Cartagena, en donde Antonete consiguió que la marinería se uniera a la causa, varias capitales de provincia y otras poblaciones menores se constituyeron en cantón, tales como ValenciaMálaga o Motril. El gobierno republicano consiguió reprimir la insurrección en toda España salvo en la Región de Murcia, donde los rebeldes contaban con mayor implantación. El Cantón Murciano quedó reducido al Cantón de Cartagena en agosto de 1873, cuando las tropas centralistas de Arsenio Martínez-Campos sofocaron los núcleos cantonales del resto de la Región de MurciaCartagena resistió el asedio hasta el mes de enero de 1874 gracias a las defensas de la ciudad y al apoyo de la marinería.
En enero de 1874 el bombardeo gubernamental sobre Cartagena era cada vez más intenso. La ciudad quedó prácticamente deshecha y la escasez de alimentos se hizo insoportable. El 11 de enero comenzó la rendición del Cantón de Cartagena: las fuerzas que sitiaban la ciudad entraron y se dio por terminada la Revolución Cantonal. Gálvez volvió a ser condenado a la pena de muerte y tuvo que hacer frente a un nuevo exilio en Orán. Sin embargo, regresó a su tierra un año después para luchar contra la epidemia de cólera que estaba asolando la región.
A su regreso, Gálvez tuvo que afrontar la situación que más había temido, el golpe de Estado del general Pavía puso fin a la República, y el Pronunciamiento de Sagunto del general Martínez-Campos supuso la restauración de la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II. La Constitución Democrática de 1869 fue suspendida, y los derechos y las libertades quedaron drásticamente recortados. Se iniciaba en España el periodo de la Restauración. El 7 de abril de 1887 la mujer de Antonete falleció. Su esposo, perseguido y condenado a muerte, la acompañó hasta el último momento. La Guardia Civil se presentó en el entierro para detener al líder cantonal, pero el respeto y veneración que Antonete despertaba en todo el pueblo le procuró la libertad una vez más. En 1891, la justicia se pronunció, finalmente, a favor de Antonete Gálvez, que quedó libre y regresó a su casa, siendo elegido concejal del Ayuntamiento de Murcia.
Gálvez murió el 28 de diciembre de 1898. Su entierro se convirtió en una tumultuosa demostración de cariño popular. El obispo de la Diócesis de Cartagena prohibió su entierro en suelo santo, pero 50 años más tarde fue trasladado al cementerio de su pueblo natal junto a sus paisanos y familiares. El Ayuntamiento de Murcia, en reconocimiento a su importancia histórica y socio-política, nombró a Antonete como "Hijo Predilecto de Murcia" en 1998, coincidiendo con la conmemoración del primer centenario de su muerte.

Información recogida en la Wikipedia.

viernes, 10 de agosto de 2018

El Ateneo Republicano de Murca


José Sánchez es el presidente del primer Ateneo Republicano de Murcia

Habría que remontarse a aquellas logias masónicas que, recogiendo e impulsando el sentir republicano durante la época de Antonete Gálvez, propusieron foros para defender sus particulares ideas de progreso, humanismo y laicidad. Esos mismos principios, como asegura su presidente, José Sánchez, iluminan la creación del primer Ateneo Republicano de Murcia, una institución que, como aclara, surge con el objetivo de difundir «los valores éticos, democráticos, humanistas, laicos y solidarios heredados de las dos repúblicas».
-¿Por qué han decidido fundar el Ateneo Republicano de Murcia?
-Porque creemos que en Murcia es necesario que exista un foro de debate que difunda las ideas republicanas que, en esencia, son innatas a la sociedad civil. Ya que no es democrático que vivamos con una monarquía de los Borbones elegida e impuesta por un dictador, sin que haya sido votada por los españoles.
-¿Qué antecedentes tiene esta institución en la historia de la Región?
-Como tal Ateneo Republicano creemos que no ha habido en Murcia ninguna institución, si bien durante la Segunda República se desarrollaron logias masónicas que recogieron el sentir republicano. A la logia Miravete perteneció el diputado Antonete Gálvez.
-¿Cuándo será la presentación oficial y quiénes intervendrán en ella?
-El Ateneo se creó el pasado 31 de enero y antes de hacer su presentación oficial hemos preferido desarrollar unos primeros actos que indiquen nuestra línea apartidista y fundamentalmente cultural. Así, colaboramos con la Asociación de Memoria Histórica en las conferencias de la Semana Republicana del 14 de abril y dejaremos la presentación para después del verano.
-¿Qué objetivos o actividades se proponen impulsar?
-Nuestro Ateneo ha de ser un espacio amable que, además de apartidista, difunda los valores éticos, democráticos, humanistas, laicos y solidarios heredados de las dos repúblicas. Que haga ver que las políticas de laicidad son el medio para garantizar las libertades de conciencia y de religión. Para ello, nuestro trabajo ha de ser fundamentalmente cultural, por lo que deseamos colaborar con la universidad para este fin.
-¿Y a corto plazo?
-Mañana, a las 19 horas en nuestra sede (calle Polo de Medina, 15, Bajo) convocamos la conferencia-debate 'Los retos de la Izquierda en el actual panorama político'. Asistirán el diputado de Podemos, Javier Sánchez; el secretario general de esta formación, Óscar Urralburu; el portavoz del PSOE en la Asamblea, Joaquín López; el coordinador de IU-Los Verdes, José Luis Álvarez-Castellanos; y la coportavoz de Equo, Toñi Gómez.
-¿Están los organismos públicos impulsando la Memoria Histórica de una forma efectiva?
-No encontramos ningún apoyo en los organismos públicos de Murcia. Es sabido que el anterior presidente del gobierno de España se jactaba de haber dejado sin presupuesto la Ley de Memoria Histórica. Confiamos esperanzados que esta situación mejore con el nuevo gobierno socialista.
-¿Quiénes forman parte de su junta directiva?
-La junta que presido también está formada por la vicepresidenta, Elvira Ramos; el secretario, José Luís López-Mesas; la tesorera, María del Carmen Lázaro; y otros cinco vocales. Somos todos un equipo.
-¿Cree que está más cerca una tercera república en España?
-El nivel de descrédito de la monarquía borbónica ha llegado a límites altos. Los escándalos del Rey Juan Carlos (económicos y personales), la condena de una trama corrupta nacida al amparo de la Casa Real, que ha dado en la cárcel con Urdangarín, y el hecho extemporáneo de que en pleno siglo XXI una familia se apropie del poder político con carácter vitalicio y hereditario, nos lleva a considerar que en un futuro referéndum el pueblo español elegiría implantar la III República.

Artículo publicado por Antonio Botías en el diario “La Verdad” de Murcia el pasado 21 de junio 2018,